Capítulo 43

Reconoce el campo. 

La noche sobre su cabeza está en su punto cúlmine, tan negra que aterra, tan llena de estrellas como se puede pedir. Sin embargo, no hay luna. 

Ella simplemente está parada ahí, esperando algo, aunque no sabe exactamente qué. 

El viento recorre los sembrados secos, entre sonidos tétricos que no logran darle miedo, y llega hasta ella, envolviéndole el cuerpo con una ráfaga helada. Cierra los ojos y levanta los brazos, sintiendo cómo la ropa que lleva, el vestido lleno de cintas y un cardigan de hilo, se retuercen a su alrededor. Todo es violento y libre, no puede más que respirar ese aire hacia lo profundo de su ser. 

En el horizonte, el cielo empieza a verse celeste. Con las primeras luces, aún sin rastros del sol, logra ver las vías. 

¿En qué momento se había desviado de ellas? 

Comienza a caminar tranquila en su dirección. 

Dos sombras aparecen en su campo de visión, recortándose contra la claridad del cielo, paradas sobre el espacio entre el metal. Perfectamente podrían estar allí desde hace horas, pero en lo que a ella respecta, recién las ve. No puede verle el rostro a la persona, solo distingue la capucha sobre su cabeza y su ropa holgada. El cánido, sin embargo, se le hace perfectamente reconocible. 

Su omega. 

Comienza a caminar más rápido. 

El individuo no parece escuchar la advertencia en el pastizal que se quiebra bajo sus pasos. Simplemente permanece allí, inmóvil, mirando al animal, que le devuelve la mirada con una expresión indescifrable. Están cerca, pero Nova no avanza demasiado con sus pasos, sus piernas casi no se mueven. Tan lento que le resulta molesto. 

Entonces, la ve buscar algo en su bolsillo, sus movimientos completamente tranquilos. Saca una cuchilla que refulge bajo la luz. 

La desesperación llena el pecho de Nova cuando se acerca al omega, que parece esperar en silencio. Quiere gritar, quiere correr más rápido, el viento la empuja pero no basta. Su cuerpo se siente a punto de explotar y, esta vez, logra transformarse en lobo, gruñendo mientras se acerca a ambas figuras. 

No llega a tiempo y ve cómo la cuchilla se hunde en su pecho, destrozándole la piel y mojando de inmediato su pelaje con sangre. Cuando llega junto a sus ojos vacíos ya es demasiado tarde. 

Un ruido metálico llama su atención sobre la persona, aún de pie sobre las vías, que dejó caer la cuchilla. Sus manos cuelgan resignadas a los costados de su cuerpo y Nova se limita a mirarla, aún de pie sobre la sangre de su pareja. 

El viento se empuja sobre ellos, recorriendo su pelaje, volteando la capucha. 

Hyori inclina la cabeza hacia un costado, clavando su mirada vacía en lo profundo de sus ojos. La luz del sol hace brillar sus mejillas, cubiertas de lágrimas. 

Solo dejan de mirarse cuando sus ojos lo notan. La sudadera blanca en su cuerpo tiene una mancha roja, que se extiende constantemente. 

Hyori cae. Nova despierta.

Está llorando como nunca en su vida y debe de haber gritado porque su padre aparece por la puerta, aterrado y con la mirada desorbitada. 

–¿Qué pasa? ¿Estás bien?

Él se acerca a la cama y ella no tiene forma de explicarle lo que pasa. ¿Cómo le contaba todo lo que había pasado durante esos meses? ¿Cómo le explicaba los primeros sueños? Solo puede llorar mientras el hombre enciende la luz de noche junto a su cama y la abraza.

–Mi bebé… shh… Fue un mal sueño… Fue solo un mal sueño.

Ella no podía explicarle cuánto se equivocaba. 

Cuando logra respirar correctamente su madre ya está sentada al otro lado de la cama, un té caliente en sus manos, listo para ella. 

Solo lo deja en sus manos, pero eso basta para que quiera volver a llorar. Sin embargo, no lo hace. Bebe unos sorbos y trata de consolarse con sus aromas, como cuando era pequeña y no conocía otro alivio. 

Salvia y azucenas, sus sábanas con olor a jabón y el shampoo que su madre usa para lavarse el cabello, la crema de manos de su padre, la tinta con la que escribió antes de irse a la cama (como cada vez que está en casa). Respira hondo.

–Hija, ¿qué pasó hoy?

Sabe que su madre se refiere al hecho de que no cenó con ellos, de que lleva años sin tener pesadillas así, de que lleva semanas comportándose como una sombra de sí misma.

–Una compañera de clases se descompensó– explica vagamente, evitando sus miradas, –no sabemos por qué, y eso me asustó supongo.

Sorbe de la taza y, solo después de tragar la manzanilla, mira a su padre. Sabe que no le creen, aún así no insisten, y ella no puede más que agradecerles en secreto por ello. 

–Nos podés contar lo que sea, bebé.

Murmura su madre antes de darle un pequeño beso en la frente. Ambos se acurrucan a su lado y, cuando termina el té, apagan las luces. 

Saben que los necesita, Nova sabe que si se los pide, no se irán. El resto de la noche es un sueño en blanco. 

Eventualmente sus padres vuelven a su habitación y duermen hasta que llega la hora de su vuelo. Nova los escucha salir de la casa, las ruedas de las valijas despertándola antes de volver a dormirse.

Y de repente, la luz del amanecer. 

Se sentía como despertar después de una pesadilla, el temor en su pecho la hacía pensar que no podía respirar. Nova no recuerda haberse dormido después de escucharlos partir, pero tampoco recuerda haber visto nubes de tormenta la noche anterior. El exterior la contradice, con el viento y la lluvia azotando su ventana, salpicando su cama con remolinos de agua helada. 

Cierra los postigos en silencio y se sienta en la oscuridad. No tenía nada para hacer ese día, lo cual era una suerte considerando que se sentía como si no hubiera dormido en toda la noche. Cuando se deja caer de espaldas, el rugido de un trueno recorre el silencio de su hogar con fuerza. 

Podía dormir un poco en ese momento, quizás. El silencio era tentador.

—“Y solo mírame… con esos ojitos lindos, que con eso yo estoy bien, hoy he vuelto a nacer…”

Su ringtone de llamada le interrumpió la paz, así que estiró el brazo para ver el nombre en la pantalla. 

Tate.

–¿Si?

¿Dónde mierda estás, Nova?

–Buenos días. ¡Sí, amigo! Yo estoy bien, ¿vos?– ironiza, cerrando los ojos.

Repito, ¿dónde mierda estás?

El chico suena bastante ansioso y ella no puede más que rodar los ojos con impaciencia. 

–En mi cama, como cualquier persona decente un sábado a las ocho y media de la mañana. Qué querés. 

A ver– lo escucha resoplar con enojo –¿Me dirías qué día es hoy?

–¿Qué te tomaste anoche?

¡Nova!

–¡Sábado, lo acabo de decir!

¡Pero qué número de sábado!

–¡Qué mierda sé yo! ¿Te pensas que tengo un almanaque metido en el culo?

¡Sábado 23, pelotuda de mierda!

–¿Tu cumpleaños?

Mas bien tu fecha de defunción. Estamos todos esperando que llegues vos.

–Feliz cumpleaños,– felicita a medias –qué hora rara para festej-

¡No es mi cumpleaños!– grita, interrumpiéndola, claramente alguien le quita el celular de la mano, tela rozando contra el micrófono de forma molesta para sus oídos. –Si no estás frente al colegio en 20 minutos, olvídate de ser titular en el equipo, Black.

Ese había sido el entrenador del equipo, y la llamada finalizó tras sus palabras. Así que Nova permanece tirada en la cama, con el silencio en la línea y preguntas en la mente. 

–Mierda, el partido– chilla, y aunque el mareo casi la hace tropezar, se incorpora de la cama y toma el bolso deportivo que siempre guarda sobre su armario. 

Podía viajar en pijamas, no le molesta la idea. Y quién necesitaba lavarse los dientes luego de dormir ¿verdad? Se pone un par de zapatillas y un rompevientos. La llave de la casa está junto a la puerta como siempre, así que la toma y se asegura de cerrar. 

***

Llega a tiempo, y aunque sus compañeros la abuchean al caminar por el pasillo del autobús, se limita a mostrarles el dedo medio y sentarse al fondo. 

El viaje, el partido que ganaron y los festejos en un pequeño bar familiar de la ciudad vecina, son eventos que a Nova se le pasan en una neblina. Pretende que le importan, sabe actuar cuando le conviene mantener una máscara, pero en cuanto tiene un momento, le avisa al profesor y se va al autobús. 

Se acuesta en los asientos del fondo, escuchando la lluvia caer en el techo de metal y contra las ventanillas. De vez en cuando la luz de un rayo la sorprende, y aprieta los dientes esperando el sonido que, al llegar, siempre la aturde. 

Habían ganado por poco, Hyori les había faltado y se había notado. O quizás Nova no podía parar de pensar en ella. O quizás se trataba de ambas cosas. 

Antes de arrepentirse, toma el celular. 

Omega bonita

Ganamos el partido

Hiciste falta en el equipo

Espero que todo esté bien


El calor sube por el puente de su nariz, quemándole los ojos, que no puede mantener abiertos. El aire la abandona por un momento, y respirar hondo no alivia la presión que le recorre el pecho, anudándose hasta ahogarla. La culpa le pesa entre las manos, y no hay excusas. 

Había arruinado todo.

¿Verdad? 

Todos entran en el autobús, charlando de cosas que ella no puede fingir, así que se queda quieta. Ojos cerrados, rostro medio escondido entre sus brazos, pretende dormir hasta que lo logra, y nadie le habla hasta que llegan a destino. 

Se baja del autobús con una sonrisa vacía para el entrenador, trota el camino de regreso a su casa, y cuando al fin se desploma tras cerrar la puerta, nota lo agotada que se siente.

De fingir, pretender, perder lo que le importa por miedo, vivir en modo supervivencia. De todo. 

Una parte de ella piensa que podría haberle contado a Hyori, y en el fondo eso es lo que más le duele. Podría haberle contado sus miedos, podría haberle pedido ayuda. Pero otra parte es algo más realista, porque ¿realmente podría haberle contado?

No. No mientras siguiera sintiendo la estúpida necesidad de ser la chica que lo puede todo. El lobo que no le teme a nada. La alfa que no es. 

No podría haberle contado sobre los fantasmas que la atormentan. No en ese momento.

La mesada está fría mientras apoya su cadera en ella, de cara a la cocina vacía de una casa vacía. Las cosas habían cambiado de formas que ella no podría haber predicho. Ahora ella estaba ahí, en la cocina vacía de una casa vacía. Hyori estaba en un hospital. 

Ni siquiera sabe en cual, y no tiene derecho a saber. Se había encargado de no tener derecho alguno. Si ella… Si ese día…

Ellas podrían estar bailando en ese momento. Quizás. 

Estarían festejando la victoria del equipo entre besos y bromas. Hyori estaría sonriéndole en la oscuridad, con sus manos tibias meciéndose en el aire. Su voz murmurando la letra de alguna canción que puso en su celular, todo mientras Nova se contiene de pedirle que cante más alto, más libre. Porque ama su voz, aunque no se lo diga. 

Hyori estaría buscándola en la oscuridad de un corte de luz, envolviendo con los brazos su cintura. Enterrando su nariz de botón en el cabello de Nova, mientras la abraza como si fuese a desaparecer.

Era su culpa que Hyori no estuviera ahí. 

Ella había roto lo que tenían. Incluso más que eso. 

¿Cuales eran los síntomas de una pareja destinada separada?

Y en cuanto el pensamiento cruza por su mente, el pánico la invade.

–No, no, no

Con las manos temblando busca su celular en el bolso. Se equivoca varias veces tratando de escribir su pregunta en el buscador, pero en algún momento logra hacerlo. Y la respuesta la hace tirar el celular lejos. 

Inapetencia. Olor personal disminuído. Apatía…

¿Ella la había enviado al hospital? 

–Fui yo. 

Las palabras se le escurren entre los dientes y el temblor en su cuerpo la hace tropezar mientras corre al baño. 

Lo vio en sus ojos vacíos, en la falta de su voz dulce, en la forma en que su aroma se desvaneció día a día (del cuerpo de Hyori, de la ropa y la piel de Nova). No solo había arruinado lo que tenían, había arruinado a Hyori también. 

Apretando los brazos a la altura de su estómago, se deja caer hacia adelante, en el suelo alfombrado del pasillo, retorciendo su camiseta entre las manos. Resiste lo que puede, pero un gemido lastimero le desgarra el pecho, así que se deja caer. 

Se siente patética, llorando como una niña en el suelo, pero no puede contenerse. Apoya la espalda en la pared, abrazándose las piernas y deseando desaparecer.

–Lo siento

Su voz quebrada flota en el aire, pero no hay nadie para escucharla. 

–Lo siento, Hyori.


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