Capítulo 5

 Nova deja escapar un suspiro, su pecho llenándose de calidez ante la vista. El sol aún no se iba, así que el cuarto estaba lleno de luz intensa y naranja, y sus dedos se enredaban en el pelo de Hyori, que se apoyaba en su toque con los ojos cerrados.

Eran momentos como ese los que lo confirmaban, aunque no es como si necesitara confirmación para ese momento. Estaba segura de que ella era su pareja de vida. 

Cuando su alfa buscaba, la primera vez que se transformó, no podría haberlo adivinado. No recordaba más que seguir un rastro desconocido, apagado, hasta encontrar a Hyori. Al regresar en sí misma, su mente se llenó de sospechas, pensando que su lobo debía odiarla demasiado como para buscarla. Que se dirigían a un mismo destino, aunque no de la forma en que descubriría luego. 

Cuando llegó el cumpleaños de Hyori todo cambió. Una parte de ella se cuestionaba si lo que había cambiado era que se trataba de un omega, y que aún cuando le gustaría pensar mejor de sí misma, se encontraba siendo igual que los alfas idiotas a los que criticaba. Pero otra parte de sí misma estaba fija en su aroma, más allá de su rango. 

Café. Café. Café.

Todo el día en su mente, dando vueltas sin terminar de fijarse a una idea. 

Y luego apareció ese sueño, y todo tuvo sentido.

Era su aroma, era el del omega en sus sueños extraños, de vías y trigo, y lo que perseguía en el aire, y su alma gemela.

Solo tenía que confirmarlo de alguna forma. 

Entonces Hyori faltó, y Lee fue lo suficientemente idiota como para comer un yogurt en mal estado, por algun reto estúpido, y todo culminó en ella llevándole unas hojas a la omega. Corrección, todo culminó con ellas discutiendo por centésima vez. Y entre gritos salió la verdad, ella pensaba que Nova estaba ahí para cumplir lo que habían prometido, para retarla a duelo. 

Y la incertidumbre en sus ojos era demasiado clara como para ignorarla.

Hyori no quería eso. Como ella misma no quería.

–¿Querías pelear a muerte de verdad?– pregunta en un murmullo. 

Hyori ni siquiera abre los ojos al responder. –Obviamente

–¿En serio?

–Claro– acomoda la barbilla sobre sus manos, entrecerrando los ojos bajo la luz –¿Para qué vivir más allá de los 18? Mejor morirse antes, en un duelo con una pelotuda

–Andate a la mierda

La risa le llena la voz y el pecho, y Nova lo siente en el suyo. No solo en la piel, vibrando contra la suya, sino dentro, como un reflejo junto a sus sentimientos. 

Siente su alegría de la forma en que solo las parejas destinadas pueden hacerlo, en el fantasma del lazo que será. 

Le acaricia el cuello con los dedos, sintiendo su piel erizarse, y espera en silencio a que deje de burlarse de ella. No tarda mucho en conformarse con una sonrisa mientras la abraza. 

–Me parece que me voy a quedar a dormir esta noche… para vigilarte y eso…– declara, sus labios haciéndole cosquillas en el pecho. 

–Definitivamente, alguien tiene que vigilar que no te maten de la risa

–No veo a nadie gracioso por acá

Nova sonríe, acomodándose en la cama como si fuera a dormir. –No lo necesitas… si te reís de cualquier cosa

–Me río de vos, no de cualquier cosa, rencorosa

–Y vas a cocinar vos

Tal cual había imaginado, Hyori se incorporó sobresaltada, transparente como siempre a su alrededor. 

–¿Qué? ¡no! ¡no quiero! 

–Pero...– esta vez abrió los ojos, abultando los labios falsamente mientras le regalaba la mirada más adorable que tenía en su repertorio, –toy enfermita, Hyohyo-ssi. 

–¡Mentirosa!– le grita en la cara. –Sucia cerda mentirosa calenturienta. Eso es lo que estás, caliente.

–La gente cuando se enferma tiene temperatura alta– señala en tono sabiondo. Hyori le pega en el hombro y ella la mira con los ojos lo más abiertos que puede, como si le sorprendiera la agresión. –Park Hyori… Realmente?... Sos un ser cruel y frío… capaz de golpear a un convaleciente?– dramatiza.

–¿En serio? 

Nova sorbe falsamente por la nariz, asintiendo. 

La sonrisa macabra que le devuelve casi la hace reír, pero logra mantener su papel de víctima. 

–Está bien– cede Hyori, voz suave como el terciopelo.

–¡Yay!

Hyori se sube sobre ella, una pierna a cada lado de su cadera. Como un animal perezoso, estira los brazos hacia el techo, bostezando. Se estira hacia atrás, uno de sus codos tronando, y deja caer su cabeza, relajada y tranquila. Nova no sabe en qué momento pasó, pero sus manos descansan en la curva de su cadera, sus pulgares acariciando la piel en círculos irregulares que ascienden. 

Ella apoya una mano tibia sobre la suya al llegar al corazón, sosteniéndola en el lugar. Ninguna dice alguna palabra, solo se miran directo a los ojos, sin sonrisas o ceños, solo respiraciones lentas y profundas. 

Es tan extraño como silencioso, y más íntimo que cualquier conversación que pudieran mantener.

La sirena de una ambulancia, a lo lejos, rompe el silencio.

–Voy a cocinar si te lo ganas– murmura Hyori. Va a protestar, pero antes de poder hacerlo ella se inclina y le deja un beso pequeño en la punta de la nariz, justo sobre un lunar. –Carrera hasta la entrada.

Su voz es suave y dulce, y se levanta de la misma forma. Salpica hasta la entrada del cuarto y, solo entonces, Nova se da cuenta que era un reto.

Para cuando gira en el pasillo, Hyori ya está llegando a la puerta, tres metros de ventaja imposibles de superar, así que Nova hace lo que mejor le sale, gritar fuerte y taclearla.

Hyori no se resiste a la caída, comenzando a reír casi de inmediato. Sin embargo, correr detrás de ella alteró a su lobo, y Nova no entiende que pasa cuando la risa se termina y los ojos de Hyori, castaños -no negros como había creído tiempo atrás- están fijos en ella con sorpresa y quizás algo de miedo. 

Ella no puede verse, pero el marrón en sus propios ojos casi cubre todo lo blanco, mientras sus uñas y dientes son más afilados y grandes que antes. Un gruñido le llena la garganta antes de poder controlarse. 

–Nova, no estamos peleando– le recuerda Hyori, con toda la calma que puede reunir en su tono de voz. Con movimientos lentos pone una mano sobre la suya. –Ya no soy tu enemiga.

Nova trata de decirle que no la ve así, pero las palabras se le quedan atascadas en la garganta. Ella relaja el cuerpo, su mano ahora acunandole la mejilla, y la mira, esperando que vuelva en sí con más paciencia de la que había demostrado poseer en todo el tiempo que se conocían. 

Con la nariz contra su cuello, Nova retoma el control de a poco, rodeada de café y la calma en los latidos de su corazón. 

Mía.

Su voz suena satisfecha y orgullosa, pero deja de sentirse así cuando cae en sus palabras. Mejor dicho, cuando Hyori lo hace.

–¿Tuya?– se burla (un poco). 

Una palabra y Nova regresa de repente, 100% en control de ella misma. Al parecer la vergüenza era el sentimiento más útil para esas situaciones. 

Las mejillas se le calientan mientras boquea una respuesta que nunca llega a formarse, una mentira a través de la cual cualquiera podría ver. Quizás por eso Hyori se compadece de ella.

Engancha las piernas a su alrededor y las hace rodar, quedando encima de ella y festejando que ganó la carrera. Nova se incorpora apenas, pellizcando apenas la carne en sus caderas. 

–Fue trampa. Empezaste antes.

–Y vos te declaraste enferma, tarada–. Se impulsa desde el suelo para levantarse, pero esta vez es Nova quien rueda, sus manos a cada lado del rostro sonriente que más le gusta ver. –Tenés que cocinar– le recuerda, un beso pequeño en su mejilla. 

El cielo comienza a verse más violeta que rojo y Hyori no logra explicarlo, pero se siente ligera. Le acaricia la mejilla con una mano fría, el pulgar repasando las pecas del puente de su nariz mientras la luz se va, un rayo por minuto. No puede decir cuanto, pero sabe que lleva demasiado tiempo queriendo eso. Dejarle un beso y mirarla con libertad, directo a la cara, sin desafíos ni peleas de por medio, sintiéndose ligera y en paz

Las sospechas del por qué van a tener que esperar, Hyori no quiere detenerse a pensar en ellas, ni intentar ponerlas en palabras. Después de todo; las palabras lo vuelven real, y lo real se termina.

Y se lleva de esa noche una pequeña verdad; su omega había respondido de inmediato al reclamo, con una seguridad envidiable.

Se lleva ese secreto, guardado en las paredes de su mente. 

Al menos, se promete, hasta que el mundo deje de temblar.


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